sábado, 15 de septiembre de 2012

Metálogos. Gregory Bateson


Metálogo: ¿Qué es un instinto? (1) Por Gregory Bateson

HIJA:              Papá, ¿qué es un instinto?
PADRE:        Un instinto, querida, es un principio explicativo.
H.:                   ¿Pero qué explica?
P.:                   Todo... casi absolutamente todo. Cualquier cosa que quieras explicar.
H.:                   No seas tonto: no explica la gravedad.
P.:                   No, pero eso es porque nadie quiere que el “instinto” explique la gravedad. Si lo quisieran, lo explicaría. Podríamos decir que la luna tiene un instinto cuya fuerza varía inversamente al cuadrado de la distancia...
H.:                   Pero eso no tiene sentido; papá.
P.:                   Claro que no, pero fuiste tú la que mencionó el instinto, no yo.
H.:                   Está bien... ¿pero qué es lo que explica la gravedad?
P.:                   Nada, querida, porque la gravedad es un principio explicativo.
H.:                   ¡Oh!


H.:                   ¿Quieres decir que no se puede usar un principio explicativo para explicar otro? ¿Nunca?
P.:                   Humm... casi nunca. Eso es lo que Newton quería decir cuando dijo: “Hypothesis non fingo”.
H.:                   ¿Y qué significa eso, por favor?
P.:                   Bueno, tú ya sabes qué son las hipótesis. Cualquier aserción que conecta una con otras dos aserciones descriptivas es una hipótesis. Si tú dices que hubo luna llena el 1º de febrero y nuevamente el 1º de marzo y luego conectas esas dos observaciones de alguna manera, es una hipótesis.
H.:                   Sí, y también sé qué quiere decir non, ¿pero qué es fingo?
P.:                   Bueno, fingo es una palabra que en latín tardío significa “hago”. Forma un sustantivo verbal “fictio”, del que procede nuestra palabra “ficción”.
H.:                   Papá, ¿quieres decir que Sir Isaac Newton pensaba que todas las hipótesis están compuestas como los cuentos?
P.:                   Si, precisamente.
H.:                   ¿Pero no descubrió la gravedad? ¿Con la manzana?
P.:                   No, querida. La inventó.
H.:                   ¡Oh! ¿Y quién inventó el instinto, papá?
P.:                   No lo sé. Probablemente sea bíblico.
H.:                   Pero si la idea de la gravedad conecta dos aserciones descriptivas, tiene que ser una hipótesis.
P.:                   Efectivamente.
H.:                   Entonces, Newton “fingó” una hipótesis, después de todo.
P.:                   Si, por cierto que lo hizo. Era un científico muy grande.
H.:                   Oh.


H.:                   Papá, ¿un principio explicativo es lo mismo que una hipótesis?
P.:                   Casi, pero no del todo. Verás: una hipótesis trata de explicar algo particular, pero un principio explicativo —como la gravedad o el instinto— no explica realmente nada. Es una especie de acuerdo convencional entre los científicos para no pasar más allá de cierto punto en su intento de explicar las cosas.
H.:                   ¿A eso se refería Newton? Si “gravedad” no explica nada sino es una especie de punto y aparte al final de una línea de explicación, entonces el inventar la gravedad no fue lo mismo que inventar una hipótesis, y podía decir que él no “fingó” ninguna hipótesis.
P.:                   Exacto. No hay explicación de un principio explicativo. Es como una “caja negra”.
H.:                   Oh.


H.:                   Papá, ¿qué es una caja negra?
P.:                   Una caja negra es un acuerdo convencional entre los cien tíficos para detenerse en el intento de explicar las cosas en cierto punto. Sospecho que por lo común es un acuerdo temporal.
H.:                   Pero esto no suena a caja negra.
P.:                   No... pero así es como se lo llama. Las cosas muchas veces no suenan como sus nombres.
H.:                   No.
P.:                   Es una palabra que proviene de los ingenieros. Cuando dibujan el diagrama de una maquina complicada, emplean una especie de taquigrafía. En vez de dibujar todos los detalles, colocan una caja que representa todo un conjunto de partes y a esa caja le ponen un rótulo que indica lo que ese conjunto de partes se supone que hace.
H.:                   Entonces, “caja negra” es un rótulo de lo que un conjunto de cosas se supone que tiene que hacer...
P.:                   Así es. Pero no es una explicación de cómo funciona ese conjunto.
H.:                   ¿Y la gravedad?
P.:                   Es un rótulo para lo que se supone que la gravedad hace. No es una explicación de cómo lo hace.
H.:                   Oh.


P.:                   Papá, ¿qué es un instinto?
P.:                   Es un rótulo para lo que se supone que hace cierta caja negra.
H.:                   ¿Pero qué se supone que hace?
P.:                   Humm. Esa es una pregunta muy difícil.
H.:                   Sigue.
P.:                   Bueno. Se supone que controla –controla parcialmente– lo que hace el organismo.
H.:                   ¿Tienen instinto las plantas?
P.:                   No. Si un botánico empleara la palabra “instinto” al hablar de las plantas sería acusado de zoomorfismo.
H.:                   ¿Es algo malo?
P.:                   Sí. Muy malo para los botánicos. Para un botánico, ser culpable de zoomorfismo es lo mismo que para un zoólogo ser culpable de antropomorfismo. Muy malo, por cierto.
H.:                   ¡Ah, ya entiendo!


H.:                   ¿Qué quisiste decir al hablar de “control parcial”?
P.:                   Bueno, si un animal cae por una pendiente su caída es controlada por la gravedad. Pero si culebrea al caer, eso puede deberse al instinto.
H.:                   ¿Instinto de conservarse a sí mismo? (self-preservative)
P.:                   Supongo que sí.
U.:                   ¿Qué es un sí-mismo (self)? ¿Sabe un perro que tiene un sí-mismo?
P.:                   No lo sé. Pero si el perro sabe que tiene un sí-mismo y culebrea para preservar ese sí-mismo, entonces su culebreo es racional y no instintivo.
H.:                   ¡Oh, entonces un “instinto de preservación de sí-mismo” es una contradicción!
P.:                   Bueno, es una especie de paradero a la mitad del camino que lleva al antropomorfismo.
H.:                   Oh. Eso es malo.
P.:                   Pero el perro podría saber que tiene un sí-mismo y no saber que este sí-mismo tiene que ser preservado. Entonces sería racional no culebrear. Si, a pesar de ello, el perro culebrea, eso sería instintivo. Pero si aprendiera a culebrear, entonces no sería instintivo.
H.:                   Oh.


H.:                   ¿Qué es lo que no sería instintivo, papá? ¿El aprender o el culebrear?
P.:                   No... sólo el culebrear.
H.:                   ¿Y el aprender sería instintivo?
P.:                   Bueno... sí. A menos que el perro tuviera que aprender a aprender.
H.:                   Oh.


H.:                   Pero, papá, ¿qué se supone que explica el instinto?
P.:                   Sigo tratando de evitar esa pregunta. Verás, los instintos se inventaron antes de que alguien supiera algo de genética, y la mayor parte de la genética moderna se descubrió antes de que alguien supiera algo de teoría de la comunicación. Por eso es doblemente difícil traducir “instinto” en términos e ideas modernas.
H.:                   Sí, sigue.
P.:                   Bueno, tu sabes que en los cromosomas hay genes, y que los genes son una especie de mensaje que tiene que ver con la manera como se desarrolla el organismo y como se porta.
H.:                   ¿Desarrollarse es distinto de comportarse, papá? ¿Cuál es la diferencia? ¿Y cuál de los dos es el aprendizaje? ¿“Desarrollarse” o “Comportarse”?
P.:                   jNo! No! No tan rápido. Evitemos esas preguntas metiendo el desarrollarse-aprender-conducta todos juntos en la misma canasta. Un único espectro de fenómenos. Tratemos ahora de decir cómo contribuye el instinto a explicar este espectro.
H.:                   ¿Pero es un espectro?
P.:                   No... esa es sólo una manera laxa de hablar.
H.:                   Oh.


H.:                   ¿Pero no se encuentra todo el instinto en el extremo de ese espectro que corresponde a la conducta? ¿Y no está toda la conducta determinada por el ambiente y no por los cromosomas?
P.:                   Dejemos en claro una cosa… que no existe conducta ni anatomía ni aprendizaje en los cromosomas mismos.
H.:                   ¿No tienen su propia anatomía?
P.:                   Sí, por supuesto. Y su propia fisiología. Pero la anatomía y fisiología de los genes y cromosomas no es la anatomía y fisiología de todo el animal.
H.:                   Por supuesto que no.
P.:                   Pero es sobre la anatomía y fisiología de todo el animal.
H.:                   ¿Anatomía sobre anatomía?
P.:                   Sí, exactamente como las letras y palabras tienen sus propias formas y figuras y esas figuras son partes de palabras y oraciones y así siguiendo… lo que puede ser sobre cualquier cosa.
H.:                   Oh.


H.:                   Papá, ¿la anatomía de los genes y cromosomas es sobre la anatomía de todo el animal? ¿Y la fisiología de los genes y de los cromosomas sobre la fisiología de todo el animal?
P.:                   No, no. No hay razón para esperarlo. Las cosas no suceden así. La anatomía y la fisiología no están separadas de esta manera.
H.:                   Papá, ¿vas a poner la anatomía y la fisiología en una canasta, como hiciste con el desarrollo-aprendizaje-conducta?
P.:                   Sí, ciertamente.
H.:                   Oh.
H.:                   ¿En la misma canasta?
P.:                   ¿Por qué no? Pienso que el desarrollo se encuentra justo en el medio de la canasta. Justo en el medio.
H.:                   Oh.


H.:                   Si los cromosomas y genes tienen anatomía y fisiología, tienen que tener desarrollo.
P.:                   Sí. Se sigue de lo dicho.
H.:                   ¿Piensas que su desarrollo podría ser sobre el desarrollo de todo el organismo
P.:                   Ni siquiera sé qué significado podría tener esa pregunta.
H.:                   Yo sí. Significa que los cromosomas y genes cambiarían o se desarrollarían de alguna manera mientras el bebé se está desarrollando, y los cambios en los cromosomas serían sobre los cambios que se dan en el bebé. Controlándolos o controlándolosparcialmente.
P.:                   No. No lo creo.
H.:                   Oh.


H.:                   ¿Aprenden los cromosomas?
P.:                   No lo sé.
H.:                   Más bien suenan a cajas negras.
P.:                   Sí, pero si los cromosomas o genes pueden aprender, entonces son unas cajas negras mucho más complicadas que lo que alguien cree actualmente. Los científicos siempre suponen o esperan que las cosas sean sencillas, para descubrir luego que no lo son.
H.:                   Sí, papá.


H.:                   Papá, ¿es eso un instinto?
P.:                   ¿Es qué un instinto?
H.:                   Suponer que las cosas son simples.
P.:                   Por supuesto que no. Los científicos tienen que ser enseñados para hacer eso.
H.:                   Pero creí que ningún organismo podía ser enseñado a equivocarse todas las veces.
P.:                   Jovencita, te estás poniendo irrespetuosa y equivocada. En primer lugar, los científicos no se equivocan cada vez que suponen que las cosas son simples. Con mucha frecuencia aciertan o aciertan parcialmente, y con mayor frecuencia aún creen estar acertados y así se lo dicen unos a otras. Y esto es un refuerzo suficiente. Y, de todas maneras, estás equivocada al decir que ningún organismo puede ser enseñado a equivocarse todas las veces.


H.:                   Cuando la gente dice que algo es instintivo, ¿Intenta entonces de simplificar las cosas?
P.:                   Sí, por cierto.
H.:                   ¿Y están equivocados?
P.:                   No lo sé. Depende de lo que quieran decir.
H.:                   Oh.
H.:                   Y ¿cuándo lo hacen?
P.:                   Sí; ése es un modo mejor de hacer la pregunta. Lo hacen cuando ven que un ser viviente está haciendo algo y están seguros de que: primero, ese ser no aprendió cómo hacer ese algo y, segundo, que ese ser es demasiado estúpido para comprender por qué debe hacerlo.
H.:                   ¿Y en alguna otra oportunidad?
P.:                   Sí. Cuando ven que todos los miembros de la especie hacen las mismas cosas en las mismas circunstancias; y cuando ven que el animal repite la misma acción aún cuando las circunstancias hayan cambiado y la acción no tenga resultado.
H.:                   ¿Entonces existen cuatro maneras de saber que algo es instintivo?
P.:                   No. Cuatro condiciones. Si ellas se dan, los científicos hablan de instinto.
H.:                   ¿Pero qué pasa si una condición no está presente? Un instinto suena más bien a hábito o costumbre.
P.:                   Pero los hábitos son aprendidos.
H.:                   Sí.


H.:                   ¿Los hábitos se aprenden siempre dos veces?
P.:                   ¿Qué quieres decir?
H.:                   Quiero decir... cuando aprendo una combinación de cuerdas en la guitarra primero las aprendo o las encuentro; y luego, cuando practico, formo el hábito de tocarlas de esa manera. Y a veces formo hábitos malos.
P.:                   ¿Aprendiendo a equivocarte todas las veces?
H.:                   Este... sí, de acuerdo. ¿Pero qué pasa con ese asunto de aprender en dos etapas? ¿No estarían presentes ambas partes del aprendizaje si el tocar la guitarra fuera instintivo?
P.:                   Sí. Si ambas partes del aprendizaje no estuvieran claramente presentes los científicos podrían decir que el tocar la guitarra es instintivo.
H.:                   ¿Y si faltara sólo una parte del aprendizaje?
P.:                   Entonces, lógicamente la parte faltante podría explicarse por el “instinto”.
H.:                   ¿Podría faltar cualquiera de las dos partes?
P.:                   No lo sé. No pienso que alguien lo sepa.
H.:                   Oh.


H.:                   ¿Los pájaros practican sus cantos?
P.:                   Si. Se dice que algunos pájaros los practican.
H.:                   Supongo que el instinto les da la primera parte del canto, pero tienen que trabajar para lograr la segunda parte.
P.:                   Quizá.
H.:                   ¿Podría ser instintivo ese practicar?
P.:                   Supongo que podría serlo.., pero no estoy seguro de qué sentido puede llegar a tomar la palabra “instinto” en esta conversación.
H.:                   Es un principio explicativo, papá, tal como dijiste... Hay algo que no entiendo.
P.:                   ¿Sí?
H.:                   ¿Hay sólo un gran montón de instintos? ¿O hay montones de instintos?
P.:                   Sí. Esa es una buena pregunta, y los científicos han hablado mucho sobre ella, haciendo listas de instintos separados y apilándolos luego otra vez.
H.:                   ¿Pero cuál es la respuesta?
P.:                   Bueno. No es muy clara. Pero hay una cosa cierta: que los principios explicativos no deben multiplicarse sin necesidad.
H.:                   ¿Qué significa eso, por favor?
P.:                   Es la idea que está detrás del monoteísmo.., que la idea de un solo Dios grande debe preferirse a la idea de dos dioses pequeños.
H.:                   ¿Dios es un principio explicativo?
P.:                   Oh, sí... muy grande. No hay que emplear dos cajas negras —o dos instintos— para explicar lo que una sola caja negra puede explicar.
H.:                   Si es lo suficientemente grande.
P.:                   No. Quiere decir...
H.:                   ¿Hay instintos grandes e instintos pequeños?
P.:                   Bueno, de hecho, los científicos hablan efectivamente como si los hubiera. Pero a los instintos pequeños los llaman con otros nombres: “reflejos”, “mecanismos innatos de descarga”, “patrones fijos de acción”, etcétera.
H.:                   Ya veo.., es como tener un gran Dios para explicar el universo y cantidades de “trasgos” o “duendes” para explicar las cosas menudas que suceden.
P.:                   Bueno, sí. Algo así.
H.:                   Pero, papá, ¿cómo apilan las cosas para formar los grandes instintos?
P.:                   Bueno, por ejemplo, no dicen que el perro tiene un instinto que lo hace culebrear cuando cae por la pendiente y otro que lo hace huir del fuego.
H.:                   ¿Quieres decir que ambas cosas se explicarían mediante un instinto de preservación de sí mismo?
P.:                   Algo parecido. Sí.
H.:                   Pero si reúnes estos actos diferentes bajo un mismo instinto, entonces no puedes dejar de decir que el perro tiene el uso de la noción de “sí-mismo”.
P.:                   No, tal vez no.
H.:                   ¿Qué harías con el instinto de cantar y con el instinto de practicar el canto?
P.:                   Bueno.., según para qué se use el canto. Tanto el canto como la práctica podrían caer bajo un instinto territorial o bajo un instinto sexual.
H.:                   Yo no los pondría juntos.
P.:                   ¿No?
H.:                   Porque ¿qué sucedería si el pájaro practicara también recoger semillas o algo semejante? Tendrías que multiplicar los instintos —¿cómo era?— “más allá de lo necesario”.
P.:                   ¿Qué quieres decir?
H.:                   Me refiero a un instinto de “conseguir-alimento” para explicar la recolección de semillas, y un “instinto-territorial” para la práctica del canto. ¿Por qué no recurrir a un instinto de practicar para ambas cosas? Eso ahorra una caja negra.
P.:                   Pero entonces tendrías que dejar de lado la idea de apilar juntas bajo un mismo instinto, acciones que tienen el mismo propósito.
H.:                   Sí... porque si la práctica es para un propósito —quiero decir si el pájaro tiene un propósito— entonces el practicar es racional y no instintivo. ¿No era algo así lo que dijiste?
P.:                   Sí, algo así.


H.:                   ¿Podríamos a’rreglárnoslas sin la idea de “instinto”?
P.:                   ¿Cómo explicarías entonces las cosas?
H.:                   Bueno, me limitaría a tomar en cuenta las cosas pequeñas. Cuando alguna cosa estalla, el perro salta. Cuando le falta la tierra debajo de los pies, culebrea. Y así todo lo demás.
P.:                   Quieres decir... ¿todos los trasgos pero ningún dios?
H.:                   Sí, algo así.
P.:                   Bueno. Hay científicos que tratan de hablar así, y se está convirtiendo en algo de buen tono. Dicen que es más objetivo.
H.:                   ¿Y lo es?
P.:                   ¡Oh, sí!


H.:                   Papá, ¿qué significa “objetivo”?
P.:                   Bueno. Significa que uno mira con mucho cuidado las cosas que uno eligió mirar.
H.:                   Suena bien. ¿Pero cómo hacen las personas objetivas para elegir las cosas respecto de las cuales quieren ser objetivas?
P.:                   Bueno. Eligen aquellas cosas sobre las cuales es fácil ser objetivo.
H.:                   ¿Quieres decir, fácil para, ellos?
P.:                   Sí.


H.:                   Pero ¿cómo saben que esas casas son fáciles?
P.:                   Supongo que prueban varias cosas y lo descubren mediante la experiencia.
H.:                   Entonces, ¿es una elección subjetiva?
P.:                   ¡Oh, Sí! Toda experiencia es subjetiva.
H.:                   Pero es humana y subjetiva. Ellos deciden sobre qué pedacito de la conducta animal ser objetivos, tomando en cuenta la experiencia humana subjetiva. ¿No dijiste que el antropomorfismo es algo malo?
P.:                   Sí... pero es que ellos tratan de no ser humanos.


H.:                   ¿Qué cosas dejan fuera?
P.:                   ¿Qué quieres decir?
H.:                   Quiero decir... la experiencia subjetiva les muestra cuáles son las cosas sobre las cuales es fácil ser objetivos. Entonces, van y estudian esas cosas. ¿Pero cuáles son las cosas que su experiencia les muestra que son difíciles? Como para evitarlas. ¿Cuáles son las cosas que evitan?
P.:                   Bueno, tú mencionaste antes algo llamado “práctica”. Esa es una cosa sobre la que es difícil ser objetivo. Y hay otras cosas que son difíciles en el mismo sentido. El juego, por ejemplo. Y la exploración. Es difícil ser objetivo acerca de si una rata está explorando realmente o está realmente jugando. Por eso no investigan esas cosas. Y además, está el amor. Y, por supuesto, el odio.
H.:                   Ya veo. Esa es la clase de cosas para as cuales yo quería inventar instintos separados.
P.:                   Sí... cosas como ésas. Y no te olvides del humor.


H.:                   Papá, ¿los animales son objetivos?
P.:                   No lo sé... probablemente no. Tampoco creo que sean subjetivos. No pienso que estén escondidos de esa manera.
H.:                   ¿No es cierto que a la gente le resulta especialmente difícil ser objetiva respecto de las partes más animales de su naturaleza?
P.:                   Supongo que sí. De todas maneras, así lo dijo Freud, y pienso que estaba acertado. ¿Por qué lo preguntas?
H.:                   Porque, ¡caramba, pobre gente! Tratan de estudiar los animales. Y se especializan en aquellas cosas que pueden estudiar objetivamente. Y luego sólo pueden ser objetivos acerca de aquellas cosas en las que ellos mismos son menos semejantes a los animales. Les tiene que resultar difícil.
P.:                   No, eso no se sigue necesariamente. Pese a todo, es posible a la gente ser objetiva acerca de algunas cosas de la naturaleza animal. No has mostrado que la totalidad de la conducta animal se encuentra entre el conjunto de cosas sobre las que la gente no puede ser objetiva.
H.:                   ¿No?


H.:                   ¿Cuáles son las diferencias realmente grandes entre la gente y los animales?
P.:                   Bueno... el intelecto, el lenguaje, los utensilios. Cosas como ésas.
H.:                   ¿Y es fácil para la gente ser objetiva en el lenguaje y acerca de los utensilios
P.:                   Así es.
H.:                   Pero eso debe querer decir que en la gente hay todo un conjunto de ideas o lo que sea que están todas enlazadas entre sí. Una especie de segundo ser viviente dentro de la totalidad de la persona, y este segundo ser viviente debe tener una manera muy distinta de pensar sobre cualquier cosa. Una manera objetiva.
P.:                   Sí. El camino real hacia la conciencia y la objetividad pasa por el lenguaje y los utensilios.
H.:                   ¿Pero qué pasa cuando ese ser viviente mira a todas esas partes de la persona sobre las cuales es difícil para la gente ser objetiva? ¿Se limita a mirar o se entromete?
P.:                   Se entromete.
H.:                   ¿Y qué sucede?
P.:                   Es una pregunta muy terrible.
H.:                   Sigue. Si queremos estudiar los animales, tenemos que afrontar esa pregunta.
P.:                   Bueno… los poetas y los artistas conocen la respuesta mejor que los científicos. Déjame leerte un trozo:

El pensamiento transformó el infinito en una serpiente, y aquello que le dio compasión
En una llama devoradora; y el hombre huyó de su faz y se ocultó
En selvas de noches: entonces todas las selvas eternas se dividieron
En tierras que ruedan en círculos de espacio, que como un océano se lanzaron
Y sumergieron todo, excepto esta finita muralla de carne.
Entonces se formó el templo de la serpiente; y el hombre se convirtió en un ángel,
El cielo en un poderoso círculo que gira, Dios en un tirano coronado. (2)

H.:                   No lo entiendo. Suena tremendo, ¿pero qué significa?
P.:                   Bueno, no es una aserción objetiva, porque está hablando del efecto de la objetividad —lo que el poeta llama aquí pensamiento— sobre la totalidad de la persona o la totalidad de la vida. El “pensamiento” debería seguir siendo una parte del todo, pero en vez de ello, se esparce y se entre mete en el resto.
H.:                   Sigue.
P.:                   Bueno Escinde todo en pedazos.
H.:                   No entiendo.
P.:                   Bueno, la primera escisión es entre la cosa objetiva y el resto. Y luego, en el interior de lo creado a imagen del intelecto, del lenguaje y los utensilios, es natural que se desarrolle el propósito. Los utensilios son para propósitos y todo lo que bloquea un propósito es un obstáculo. El mundo de lo creado objetivo se escinde en cosas “ayudadoras” y cosas “obstaculizantes”
H.:                   Sí. Ya lo veo.
P.:                   De acuerdo. Entonces lo creado aplica esta escisión a la totalidad de la persona, y “ayudador” y “obstaculizador” se convierten en el Bien y el Mal, y el mundo se escinde luego entre Dios y la Serpiente. Y después de ésta se siguen más y más escisiones, porque el intelecto clasifica y divide constantemente las cosas.
H.:                   ¿Multiplicando los principios explicativos más allá de lo necesario?
P.:                   Así es.
H.:                   Por lo tanto, inevitablemente, cuando la criatura objetiva mira a los animales, escinde las cosas y hace que los animales parezcan seres humanos después de que sus intelectos han invadido sus almas.
P.:                   Exactamente. Es una especie de antropomorfismo inhumano.
H.:                   ¿Y ésa es la razón de que la gente objetiva estudie todos los trasguitos en vez de estudiar las cosas más grandes?
P.:                   Sí. Se la llama la psicología del E-R (Estímulo – Respuesta) (3). Es fácil ser objetivo respecto del sexo, pero no respecto del amor.
H.:                   Papá, hemos hablado de dos maneras de estudiar a los animales —la manera del instinto amplio y la manera S-R—, y ninguna de las dos me pareció muy sólida. ¿Qué hacemos ahora?
P.:                   No sé.
H.:                   ¿No dijiste que el camino real hacia la objetividad y la con ciencia son el lenguaje y los utensilios? ¿Cuál es el camino hacia la otra mitad?
P.:                   Freud dijo que los sueños.
H.:                   Oh.


H.:                   ¿Qué son los sueños? ¿Cómo se arman?
P.:                   Bueno... los sueños son fragmentos y trozos del material de que estamos hechos. El material no objetivo.
H.:                   ¿Pero cómo se los arma?
P.:                   Mira. ¿No te parece que nos estamos alejando un poco del asunto de la conducta de los animales?
H.:                   No lo sé. Pero no creo .que se trate de eso. Pareciera como si tuviéramos que ser antropomórficos de una manera u otra, hagamos lo que hagamos. Y es manifiestamente equivocado construir nuestro antropomorfismo sobre ese aspecto de la naturaleza humana en la que ella es más diferente de los animales. Probemos, pues, el otro aspecto. Dijiste que los sueños son el camino real hacia el otro aspecto. Entonces…
P.:                   No fui yo. Freud fue quien lo dijo. O algo parecido.
H.:                   Está bien. ¿Pero cómo se arman los sueños?
P.:                   ¿Te refieres a cómo dos sueños se relacionan entre sí?
H.:                   No. Porque, como tú dijiste, son sólo pedazos y fragmentos. Lo que quiero decir es: ¿Cómo se arma un sueño en el interior de sí mismo? ¿Se podría armar la conducta animal de la misma manera?
P.:                   No sé por dónde empezar.
H.:                   Bueno. ¿Los sueños funcionan por oposiciones?
P.:                   ¡Santo Dios! Esa es la antigua creencia popular. No. No predicen el futuro. Los sueños están como suspendidos en el tiempo. No tienen tiempos gramaticales.
H.:                   Pero si una persona teme algo que sabe que le sucederá mañana, ¿puede soñar sobre ello esta noche?
P.:                   Por cierto. O sobre algo de su pasado. O sobre el pasado y el presente juntos. Pero el sueño no contiene ningún rótulo que le diga “acerca de qué” versa, en este sentido. Sencillamente, es.


H.:                   ¿Quieres decir que es como si el sueño no tuviera portada?
P.:                   Sí. Es como un viejo manuscrito o una carta que perdió el principio y el final, y el historiador tiene que adivinar sobre qué trata, quién la escribió y cuándo. . . a partir de lo que hay dentro de ella.
H.:                   ¿Entonces tendremos que ser objetivos, también en esto?
P.:                   Sí, sin duda. Pero sabemos que tenemos que ser cuidadosos en ello. Tenemos que cuidarnos de no forzar los conceptos de la criatura que maneja con el lenguaje y los utensilios el material de los sueños.
H.:                   ¿Qué quieres decir?
P.:                   Bueno. Por ejemplo: si un sueño no tiene tiempos gramaticales y están en cierta manera suspendidos en el tiempo, entonces sería forzar una indebida objetividad decir que un sueño “predice” algo. E igualmente equivocado es decir que constituye una aserción sobre el pasado. No es historia.
H.:                   ¿Sólo propaganda?
P.:                   ¿A qué te refieres?
H.:                   Quiero decir… ¿Es como esa clase de historias que escriben los propagandistas que dicen que son historia, pero en realidad son sólo fábulas?
P.:                   De acuerdo. Sí. Los sueños son en muchos aspectos como los mitos y las fábulas. Pero no hechos conscientemente por un propagandista. Ni planificados.
H.:                   ¿Un sueño tiene siempre una moraleja?
P.:                   No sé si siempre. Pero frecuentemente, sí. Pero la moraleja no está formulada en el sueño. El psicoanalista trata de que el paciente encuentre la moraleja. En realidad, el sueño en su totalidad es la moraleja.
H.:                   ¿Qué significa esto?
P.:                   No lo sé bien.


H.:                   Bien. ¿Funcionan los sueños por oposiciones? ¿Es la moraleja lo opuesto de lo que el sueño parece decir?
P.:                   ¡Oh, sí! Muchas veces. Los sueños tienen a veces un giro irónico o sarcástico. Una especie de “reductio ad absurdum”.
H.:                   ¿Por ejemplo?
P.:                   Está bien. Un amigo mío fue piloto de cazas durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra se hizo psicólogo y le tocó rendir el examen oral para su doctorado en filosofía. Le invadió el terror, pero la noche anterior al examen tuvo una pesadilla en la que volvió a tener la experiencia de hallarse en un avión que había sido derribado. Al día siguiente se presentó al examen sin temor alguno.
H.:                   ¿Por qué?
P.:                   Porque era tonto que un piloto de caza tuviera miedo a un grupo de profesores universitarios que no podían derribarlo realmente.
H.:                   ¿Pero cómo lo supo? Lo que el sueño le decía pudo ser que los profesores lo derribarían. ¿Cómo supo que era irónico?
P.:                   Humm. La respuesta es que no lo supo. El sueño no lleva un letrero aclarando que es irónico. Y cuando la gente es irónica en la conversación de la vida despierta, muchas veces no te lo aclara.
H.:                   No. Es verdad. Siempre pienso que es una especie de crueldad.
P.:                   Si. Con frecuencia lo es.


H.:                   Papá, ¿los animales son alguna vez irónicos o sarcásticos?
P.:                   No. Imagino que no. Pero no estoy seguro de que ésas sean exactamente las palabras que hay que emplear. “Irónico” y “sarcástico” son palabras para el análisis del material de un mensaje expresado por el lenguaje. Y los animales no tienen lenguaje. Tal vez sea una parte de la objetividad indebida.
H.:                   De acuerdo. ¿Entonces los animales funcionan mediante oposiciones?
P.:                   Bueno, sí. De hecho lo hacen. Pero no estoy seguro de que sea la misma cosa
H.:                   Sigue. ¿Cómo lo hacen? ¿Y cuando?
P.:                   Bueno. Tú has visto cómo un cachorro se acuesta de espaldas y ofrece la panza a un perro más grande. Esto es una especie de invitación para que el perro grande lo ataque. Pero funciona en sentido opuesto: hace desistir del ataque al perro más grande.
H.:                   Sí, va lo veo. Es una manera de usar las oposiciones. ¿Pero lo .saben?
P.:                   ¿Te refieres a si el perro más grande sabe que el cachorro está diciendo lo opuesto de lo que significa? ¿Y si el cachorro sabe que ésa es la manera de detener al perro grande?
H.:                   Sí.
P.:                   No lo sé. A veces pienso que el cachorro sabe un poco más del asunto que el perro grande. De todas maneras, el cachorro no da ninguna señal que muestre que lo sabe. Como es obvio, tampoco podría darla.
H.:                   Entonces, sucede lo mismo que en los sueños. No existe ningún cartel que explique que el sueño trabaja con oposiciones.
P.:                   Es verdad.
H.:                   Me parece que estamos llegando a algo. Los sueños funcionan por oposiciones, y los animales funcionan por oposiciones.
P.:                   Humm.


H.:                   ¿Por qué se pelean los animales?
P.:                   Oh, por muchas razones: territorio, sexo, alimento...
H.:                   Papá, estás hablando como la teoría del instinto. Creía que estábamos de acuerdo en no hacerlo.
P.:                   Está bien. ¿Pero qué clase de respuesta quieres a la pregunta de por qué se pelean los animales?
H.:                   Bien. ¿Funcionan por oposiciones?
P.:                   ¡Oh, sí! Muchas de las luchas terminan en una especie de armisticio. Y no cabe duda de que ciertas peleas juguetonas son en parte una manera de afirmar la amistad. O de descubrir o redescubrir la amistad.
H.:                   Eso pensaba yo...


H.:                   ¿Pero por qué faltan los indicadores? ¿Es por la misma razón en el caso de los animales y en el de los sueños?
P.:                   No lo sé. Pero fíjate que los sueños no siempre funcionan por oposiciones.
H.:                   No... por supuesto que no... tampoco los animales.
P.:                   De acuerdo, entonces.
H.:                   Volvamos a ese sueño. Su efecto total sobre aquel hombre fue el mismo que sí alguien le hubiera dicho: “Tú en un avión” de caza no es igual a “Tú en un examen oral”.
P.:                   Sí, pero el sueño no descifraba eso. Sólo decía “Tú en un avión de, caza”. Deja afuera el “no” y deja afuera la instrucción de comparar el sueño con alguna otra cosa y no dice que no deba compararlos.
H.:                   De acuerdo. Tomemos primero el “no”. ¿Hay algún “no” en la conducta animal?
P.:                   ¿Cómo podría haberlo?
H.:                   Quiero decir si un animal puede, mediante sus acciones, decir: “No te morderé”.
P.:                   Bueno, comencemos por ahí. La comunicación mediante acciones no puede de ninguna manera tener tiempos gramaticales. Sólo son posibles en el lenguaje.
H.:                   ¿No dijiste que los sueños no tienen tiempos gramaticales?
P.:                   Humm. Si, lo dije.


H.:                   Muy bien. ¿Y qué pasa con el “no”? ¿Puede decir el animal: “No estoy mordiéndote”?
P.:                   Subsiste el tiempo gramatical. Pero no te preocupes. Si un animal no está mordiendo a otro, no lo está mordiendo, Y eso es todo.
H.:                   Pero puede no estar haciendo toda clase de cosas distintas, dormir, comer, 0 etcétera. ¿Cómo hace para decir: “Morder es lo que no estoy haciendo”?
P.:                   Sólo puede hacerlo si el morder se mencionó ya antes.
H.:                   ¿Quieres decir que podría decir: “No te estoy mordiendo” mostrando para ello primero los colmillos y no mordiendo luego? [N.d.E.: esta es también la explicación de la actual función de la “risa” (mostrar los dientes) en los seres humanos].
P.:                   Sí, algo así.
H.:                   ¿Pero qué pasa cuando los animales son dos? Ambos tienen que mostrar los colmillos.
P.:                   Sí.
H.:                   Y luego, me parece, pueden interpretarse mal y trabarse en una pelea.
P.:                   Sí. Existe siempre este peligro cuando funcionas por oposición y no dices o no puedes decir qué es lo que estás haciendo, especialmente cuando no sabes qué estás haciendo.
H.:                   Pero los animales sabrían que muestran los colmillos para decir: “No te v a morder”.
P.:                   Dudo de que lo sepan. Y ciertamente ninguno de los dos animales lo sabe respecto del otro. El soñante no sabe al comienzo del sueño cómo terminará éste.
H.:                   Entonces es una especie de experimento…
P.:                   Sí.
H.:                   Entonces podrían enzarzarse en una pelea para descubrir si lo que tenían que hacer era pelearse.
P.:                   Sí... pero yo lo expresaría menos teleológicamente… que la pelea les muestra qué clase de relación tienen, después de todo. No es algo planificado.
H.:                   ¿Entonces el “no” no se halla realmente presente cuando los animales muestran los colmillos?
P.:                   Imagino que no. O en muchos casos, no. Tal vez dos viejos amigos pueden trabarse en una pelea por juego y saber desde el comienzo qué están haciendo.
H.:                   De acuerdo. Entonces el “no” está ausente en la conducta animal porque “no” es una parte del lenguaje verbal y no puede haber una señal de acción para ese “no”. Y como no existe un “no”, la única manera de ponerse de acuerdo sobre una negativa dramatizar en su totalidad la reductio ad absurdum. Tienes que dramatizar la batalla para demostrar que no lo es, y luego tienes que dramatizar la sumisión para demostrar que el otro no te comerá.
P.:                   Sí.
H.:                   ¿Los animales tuvieron que descubrir esto pensándolo?
P.:                   No. Porque es necesariamente verdadero. Y lo que es necesariamente verdadero gobernará lo que hagas, independientemente de que sepas que es necesariamente verdadero. Si pones dos manzanas junto a tres manzanas obtendrás cinco manzanas.., aunque no sepas contar... es otra manera de “explicar” las cosas.
H.:                   ¡Oh!


H.:                   ¿Pero por qué el sueño deja fuera el “no”?
P.:                   Creo que en realidad es por una razón bastante similar. Los sueños están principalmente hechos de imágenes y de sentimientos, y sí quieres comunicarte mediante imágenes y sentimientos y cosas semejantes, vuelves a estar gobernada por el hecho de que no existe una imagen para el “no”.
H.:                   Pero podrías soñar una señal vial de “Deténgase” cruzada por una barra, y el significado sería: “No se detenga”.
P.:                   Sí. Pero estamos a mitad de camino del lenguaje. Y la barra transversal no equivale a la palabra “No”. Equivale a las palabras: “No hagas esto”. El “No hagas” puede transmitirse mediante el lenguaje de la acción, si la otra persona toma la iniciativa y menciona lo que quieres prohibir. Hasta puedes soñar con palabras, y las palabras “No hagas” pueden figurar entre ellas. Pero dudo de que puedas soñar un “No hagas” que se refiera al sueño. Me refiero a un “No” que signifique: “Este sueño no debe tomarse literalmente”. A veces, cuando el sueño es muy leve, sabemos que estamos soñando.


H.:                   Pero, papá, todavía no respondiste la pregunta de cómo se arman los sueños.
P.:                   Pienso que en realidad ya la respondí. Pero intentemos de nuevo. Un sueño es una metáfora o una maraña de metáforas. ¿Sabes qué es una metáfora?
H.:                   Sí. Si yo digo que eres como un cerdo, es un símil, Pero si digo que eres un cerdo, es una metáfora.
P.:                   Aproximadamente sí, Cuando una metáfora recibe el rótulo de metáfora, se convierte en un símil.
H.:                   Y este rótulo es lo que el sueño deja fuera.
P.:                   Así es. Una metáfora compara cosas sin explicitar la comparación. Toma lo que vale para un grupo de cosas y se lo aplica a otro. Cuando decimos que una nación “decae”, usamos una metáfora sugiriendo que ciertos cambios en una nación son como los cambios que las bacterias producen en un fruto. Pero no nos detenemos a mencionar el fruto o la bacteria.
H.:                   ¿Y un sueño es así?
P.:                   No. Al revés. El sueño mencionará el fruto y posiblemente la bacteria, pero no la nación. El sueño trabaja con la relación pero no identifica las cosas relacionadas.
H.:                   ¿Papá, podrías construirme un sueño?
P.:                   ¿Empleando esta receta, dices? No. Tomemos el fragmento de poema que te leí hace un momento y convirtámoslo en un sueño. Tal como está compuesto, es casi un material onírico. En la mayor parte de él sólo tienes que sustituir las imágenes por palabras. Y las palabras son bastante vívidas. Pero toda la cadena de metáforas e imágenes está anclada, lo que no sucede en un sueño.
H.:                   ¿Qué entiendes por “anclada”?
P.:                   Me refiero a la primera palabra “Pensamiento”… El poeta la usa literalmente y esa sola palabra te dice a qué se refiere todo el resto.
H.:                   ¿Y en un sueño?
P.:                   Esta palabra también, habría sido metafórica. Entonces todo el poema habría sido mucho más difícil.
H.:                   Bueno, entonces cámbiala.
P.:                   ¿Qué te parece? “Bárbara cambió el infinito…” etcétera.
H.:                   ¿Pero por qué? ¿Quién es ella?
P.:                   Bueno, es bárbara, es mujer y es el nombre mnemotécnico de uno de los modos del silogismo. Me pareció que funcionaría bastante bien como símbolo monstruoso de “Pensamiento” puedo verla ahora con un par de calibres, apretando su propio cerebro para cambiar su universo.
H.:                   Basta.
P.:                   Bueno, pero ya ves a qué m refiero cuando digo que las metáforas no están ancladas.


H.:                   ¿Los animales anclan sus metáforas?
P.:                   No. No necesitan hacerlo. Verás. Cuando un pájaro adulto se comporta como un pichón al acercarse a un miembro del sexo opuesto está utilizando una metáfora tomada de la relación entre hijo y padre. Pero no necesita anclar con quién es la relación sobre la que está hablando. Se trata obviamente de la relación entre él y el otro pájaro. Ambos están presentes.
H.:                   ¿Pero nunca usan metáforas —dramatizan metáforas— sobre ninguna otra cosa que no sean sus propias relaciones?
P.:                   No lo creo. No… los mamíferos no. Y tampoco creo que las aves lo hagan. Las abejas... tal vez. Y, por supuesto, la gente.


H.:                   Hay una cosa que no entiendo.
P.:                   ¿Sí?
H.:                   Encontramos una gran cantidad de cosas en común entre los sueños y la conducta animal. Ambas funcionan por oposiciones y ambas no tienen tiempos gramaticales, y ambas no tienen “no”, y ambas operan mediante metáforas y ninguna de ellas ancla sus metáforas. Pero lo que no entiendo es... por qué, cuando los animales hacen esas cosas, lo que hacen tiene sentido. No veo por qué los sueños tienen que ser así, tampoco.
P.:                   Tampoco yo.
H.:                   Y hay algo más.
P.:                   ¿Sí?
H.:                   Dijiste que los genes y los cromosomas portaban mensajes sobre el desarrollo. ¿Hablan como los animales y los sueños? Quiero decir, en metáforas y sin “no hagas”. ¿O hablan como nosotros?
P.:                   No lo sé. Pero estoy seguro de que su sistema de mensajes no contiene una transformación simple de la Teoría del Instinto.

(1)   De "Pasos hacia una Ecología de la Mente". Este metadiálogo se reproduce con autorización de Mouton & Co. de “Approaches to Animal Communication” compilado por Thomas A. Sebeok, 1969.
(2)   Blake, William, 1794, “Europe a Prophecy”, publicado y editado por el autor.
(3)   S[timulus] — R[esponse] Psychology: Estímulo – Respuesta, ecuación básica del conductismo.

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